
Cuentan las malas lenguas y los comentarios de pasillo —es decir, nosotros mismos— que al concebir su película Un hombre de éxito (1986), Humberto Solás pretendía que, justo cuando se produjera el triunfo de los rebeldes en 1959, el personaje de Javier Argüelles descolgara de la pared el retrato de Fulgencio Batista y colocara el de Fidel Castro. Con este gesto se completaba una secuencia de adhesiones arribistas, pues ya antes este sujeto había colgado y descolgado en el mismo sitio las imágenes de los nuevos líderes a seguir, según la época.
Sin embargo, a alguien le habría parecido descabellado que, al exhibir el rostro del Comandante en los minutos finales de la película, se diera por hecho que la Revolución había sido víctima de semejante acto de oportunismo y se asumiera que a sus filas se habían incorporado personajes de tal calaña. Al serle negado el uso de la imagen de Fidel, Solás habría optado, también con la reticencia del censor, por utilizar el retrato de Darío, el segundo de los Argüelles, quien se había sumado a la lista de los mártires de la lucha por un cambio y un mundo mejor.
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