Hace apenas unos pocos años en el Museo del Ejército de París, en su sede del Hôtel des Invalides, se abrió al público una exposición titulada Amores, guerras y sexualidad, 1914-1945, enfocada en abundar a través de carteles publicitarios, fotografías y fragmentos de cartas en la incidencia de los conflictos armados en las relaciones amorosas, en las fantasías sexuales del momento y en el imaginario mismo de los protagonistas de la guerra.
Uno de los capítulos de esta muestra aborda, a través del rapado público a las mujeres francesas que frecuentaron a soldados alemanes, el tema siempre nefasto de la cohabitación consentida con el enemigo que en 1959 Alain Resnais ya había tratado en Hiroshima mon amour, en el personaje de la protagonista rapada por su propio padre y recluida en el sótano de la casa, tras hacerse pública su relación con un combatiente bávaro. Pero también, mediante solo cuatro fotos tan poco realistas como intensas, en esta exposición quedaba ilustrado sin remilgos el álgido tema de las violaciones en tiempos de conflictos bélicos.
En sintonía con este último tópico, unos veinte años atrás la crítica francesa había concedido el premio Goncourt 1985 a la novela de Yann Quéffelec Les noces barbares, llevada al cine más tarde por Marion Hänsel. En pocas líneas, se trata de las tribulaciones de un niño resultante de la violación de tres soldados norteamericanos a una adolescente francesa de trece años tras la Liberación. Rechazado por su joven madre, Ludo es primero recluido en el granero familiar y luego internado en un centro para débiles mentales, de donde escapa en busca de libertad pero sobre todo en espera de la reconquista del amor de su progenitora; relato que, como era de esperar, termina irremediablemente en tragedia.
Con Les noces barbares se le daba continuación al tema de la violación en tiempos de guerra que había sido tratado setenta años atrás como eco de la Primera Guerra Mundial en novelas como El hijo del odio (1916), del español Joaquín Dicenta (Clotilde es violada por un soldado enemigo en presencia de su padre inválido, y de este acto nace un niño que sobrevive gracias al amor de su madre y de su abuelo), El factor negativo (1924), de Roberto Molina, Les réprouvés, de Léon Frapié y La chair innocente de Charles-Henry Hirsch, ambas de 1915; o más adelante en la novela documental The Big Rape, escrita en 1952 por James Wakefields Burke sobre las “iniciativas” de los soldados soviéticos en territorio alemán a partir de la primavera de 1945.
Pero es en el campo de la más acuciosa y osada historiografía donde este tema ha sido tratado con mayor énfasis. Según la historiadora australiana Alison Moore, de la Universidad de Queensland, para algunos escritores de la derecha pronazi como Ernst Jünger o Julius Streicher, la nación alemana era encarnada por una joven virgen rubia violada por los enemigos de la “raza”, o como una madre lozana continuamente amenazada por un hombre de semblante bruto y deseos perversos, lo que revela que desde tiempos inmemoriales el peligro político se identificaba con el impositivo peligro sexual. (Perdida la guerra, muerto su hijo en combate y retirado él mismo a un pueblo de campo, Jünger llevaría a su diario íntimo el horror de las violaciones de los soldados soviéticos en su avance sobre territorio alemán).
Uno de los ejemplos de investigaciones sobre esta temática es el libro L´enfant de l´ennemi, 1914-1918, de Stéphane Audoin-Rouzeau (Ed. Aubier, 1995), que se ocupa de las violaciones durante la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias más inmediatas: el aborto, el abandono del recién nacido, el infanticidio, el estigma, el debate público… En contraposición a una visión aséptica de la historia, este investigador propone una lectura de la guerra desde la violencia ejercida contra el cuerpo. Su punto de partida será un suceso acaecido en enero de 1917, cuando una joven empleada francesa es llevada a juicio tras haberle quitado la vida a su hijo recién nacido de la violación de un soldado alemán. La idea de no desear traer al mundo al hijo de un enemigo, sostenida por la joven, cala hondo en la opinión pública y por ende en el jurado, por lo que al final la supresión del “pequeño alemán”, “representante de una raza de bárbaros”, es considerada como un acto de guerra y la ejecutora es liberada de cargos.
A partir de ese momento el historiador propone un estudio de las pulsiones que llevan al ejecutor de la violación: la voluntad de conquista y de humillación del adversario a través del cuerpo de sus mujeres, el levantamiento de las prohibiciones obvias en tiempos de paz, el sentimiento de impunidad que propicia el porte de un arma y la exacerbación de la virilidad por parte del alto mando e incluso del mismo gobierno agresor. A lo que sigue un debate en todos los niveles de la sociedad sobre el rumbo que debería tomar el niño resultante de una violación: unos que justifican el abandono de la madre y proponen la disposición de fondos públicos para “bastardos del crimen”; y otros que invocan la creciente desmoralización de la nación y abogan por una legalización temporal del aborto que facilite la limpieza étnica y evite la degeneración hereditaria.
Otro interesante trabajo, el de Tommaso Baris, Doctor en Historia Contemporánea de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad La Sapienza, de Roma, se ocupa del alto nivel de agresión sexual por parte del cuerpo expedicionario francés en territorio italiano durante el verano de 1944. Decisivas en la ruptura de la línea Gustav en el Lacio meridional y determinantes para el avance de las tropas anglo-norteamericanas hasta Roma, estas divisiones irregulares estaban formadas en su mayoría por soldados de origen marroquí, argelino y tunecino, reclutados entre las tribus de los montes Atlas, especialistas en el combate en zonas escabrosas de montaña. En menos de un mes, la población civil femenina fue víctima de todo tipo de vejaciones de corte masivo, toleradas y hasta estimuladas por el general francés Alphonse Juin y a sabiendas del alto mando anglo-norteamericano. Cuando el 4 de junio de 1944, las tropas aliadas entraron triunfalmente en la capital italiana, sus predecesores franceses habían dejado el manto de cerca de doce mil víctimas de violaciones, según la organización feminista Unione Donne Italiane, en un no muy vasto perímetro.
Pero mención aparte merecen los estudios abocados a la desacralización de la imagen del soldado norteamericano en territorio europeo, primero en las islas británicas a partir de enero de 1942, y luego, con el desembarco en Normandía, a partir de junio de 1944.
La historia ha terminado demostrando que eso que Tom Brokaw (The Greatest Generation, 1998) llamara “la más gloriosa generación que ninguna sociedad haya jamás engendrado”, arrastra también con “una odiosa cara oculta todavía largamente dejada en la sombra”. Esta última expresión resume las intenciones de J. Robert Lilly, profesor de Sociología y Criminología en Northern Kentucky University, en su libro La face cachée des GI´s (Ed. Payot, París, 2003), sobre las violaciones cometidas por los soldados norteamericanos en Francia, Inglaterra y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial –que curiosamente tuvo que esperar cuatro años para ser publicado en inglés con el título Taken by Force: Rape and American GIs in Europe in World War II.
Limitado al análisis de los archivos militares norteamericanos, este investigador reconoce la precariedad de sus fuentes y la devastación de la memoria como consecuencia del paso de más de sesenta años. Según su esquema de análisis, se estima que en situaciones como la europea, solo un 5% de las violaciones fueron denunciadas y enjuiciadas, por lo que al final un cálculo totalizador arrojaría la cifra de 18 000 violaciones en menos de cinco años.
Lo primero a considerar será, pues, el abanico de peculiaridades de cada campaña según el territorio y el momento. En el caso del Reino Unido, por ejemplo, se trata de un país aliado en situación de guerra aunque sin enfrentamiento directo con el enemigo, además de ser paso previo para la ocupación del resto de Europa. Francia, por otra parte, es un país ocupado por el agresor, principal punto de acceso al continente y bastión de gran importancia a la hora de estructurar el avance aliado; mientras que Alemania es simplemente un territorio enemigo cuya población civil será igualmente estigmatizada, lo que explica el nivel de violencia desplegado por las tropas liberadoras.
Estas tres distinciones resultarán de enorme importancia si se pretende concebir desde la distancia el variopinto paso de los GI´s por Europa. Mientras en Des amours des GI´s. Les petites fiancées du Débarquement (Taillandier, 2004), Hilary Kaiser se ocupará de los seis mil matrimonios entre soldados norteamericanos y jóvenes francesas, el estudio de Robert Lilly ahondará en la llaga y en la mala memoria de la violación amiga.
Reino Unido estará marcado por un contexto de pánico moral con respecto a las relaciones sexuales entre soldados negros y mujeres blancas, sentimiento segregacionista importado del otro lado del Atlántico, donde hacía mucho tiempo que la socialización entre ambas razas resultaba un tema tabú. Un 10% de las tropas aliadas estaba compuesto por “unidades de color”, casi todas en formaciones de intendencia consagradas a la asistencia de la primera línea en bienes y en servicios (alimentos, agua, carburantes, municiones, piezas de repuesto), sin enfrentamiento directo con el enemigo y mayor relajación de sus hábitos, dato vital para abundar en el caso de Wesley Edmonds, de 32 años, primer soldado norteamericano en el frente europeo condenado el 14 de octubre de 1942 a cadena perpetua por violación, y a los otros que le siguieron hasta conformar ese 64% de los violadores que provenía de unidades negras.
Abocado a una repertorización de la violación (la violación en masa como arma cultural y de genocidio, la violación como humillación del rival padre, hermano, hijo, a partir del daño a sus mujeres: herida a la masculinidad del oponente; la violación como parte integral de la cultura militar; la violación de revancha, la violación como derecho a un botín de guerra o la violación como satisfacción de un simple deseo, como comportamiento gratuito o azaroso…), Lilly termina considerando esta última variante como la más habitual en los casos ingleses y franceses.
Las razones de estas agresiones por simple placer de la carne estarían en la ausencia de una infraestructura –alternativa, más oficiosa que oficial, anexa a los contingentes militares—que facilitara con “mujeres de compañía” la satisfacción sexual de la soldadesca, contrariamente a los casos de los ejércitos franceses y alemanes; la particular privación sexual de los soldados negros con respecto a sus colegas blancos; la idea de la revancha o la venganza como acto de revuelta histórica contra el “hombre blanco”, así como el alto consumo de alcohol dentro de las tropas.
El caso francés comprende el agravante de la ausencia de iniciativas civiles y militares destinadas a alertar sobre los riesgos de agresiones sexuales, de lo que deriva una población femenina desprotegida que, contrariamente a la inglesa, no contaba con afinidades culturales e idiomáticas con un ejército que resultaba liberador y predador a la vez. Por otra parte, el objetivo del Estado Mayor norteamericano a partir del D-Day se centraba en combatir y en vencer, por lo que no había tiempo para remilgos y pequeñeces. No obstante, los anales del Judge Advocate General reportan con datos exactos 68 soldados enjuiciados y condenados en Francia entre el 14 de junio de 1944 y el 19 de junio de 1945, mientras quedarían unas hipotéticos 11 000 violaciones más –rutinarias, “menos violentas”– que nunca entraron en los archivos.
Efectivos blancos en el frente, soldados negros en la retaguardia, contexto de guerra, tensiones y ansiedades, tanto en el frente oeste (Bretaña) como en el este (región renana), completarían una idea de la asiduidad de las violaciones norteamericanas en territorio francés y de su alto grado de violencia.
Con la toma de Aachen en octubre de 1944 se abre la “campaña alemana”, tiempo de avance, devastación, pillaje y euforia que concluirá muchos meses más allá del día de la capitulación nazi, el 8 de mayo de 1945. Por todos era conocido el criterio de que la mujer alemana era sobre todas las cosas “la mujer del enemigo”, fiel encarnación del Mal, lo que la convertía en el eslabón más vulnerable de la cadena en un contexto altamente ideologizado entre vencedores y vencidos.
Y aquí no solo predominaron los soldados negros de las segregadas unidades de intendencia, sino también los batallones blancos de infantería, caballería y artillería antiaérea que confundían euforia con derecho al botín, y ambos con la satisfacción violenta de sus necesidades sexuales. De ahí que la misma policía militar norteamericana se mostrara horrorizada ante un nivel de violencia y de variedad en las agresiones que comprendía las violaciones en masa o ante la presencia de familiares, la ampliación del margen de edad de las víctimas –de los tres hasta los ochenta años—, la sodomía, la violencia extrema y hasta el asesinato.
Contrariamente a lo ocurrido en Francia y sobre todo en Inglaterra, a ningún soldado norteamericano le fue aplicada la pena de muerte tras una violación en territorio alemán. Las actas abundan en eufemismos, en el criterio de que el daño infligido a la mujer alemana no supera el horror de los campos nazis en Europa.
Publicado en Mundo Diners, Quito, Ecuador, octubre 2013; luego en el libro Notas al Total (Bokeh, 2015).
La guerra, siempre la guerra con sus nefastas consecuencias, muy buen articulo, interesante siempre.
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Gracias, Lucía.
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