Sobre mi madre

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Para Esther María

No en vano el crítico literario del Esquire llamó a Richard Russo “el Stendhal de la clase obrera norteamericana”: sabemos que por su empeño de ebanista y por su apego de bracero a la fábrica que lo emplea; entiéndase, pues, por su fidelidad al relato. Este gesto propio de retranqueros y de trabajadores portuarios –¡toda una vida haciendo lo mismo!— explicaría al lector recién llegado por qué Russo, nacido en Gloversville, localidad enclavada en el condado de Fulton, en el estado de Nueva York, deba ser incorporado a la lista de narradores de lo ordinario, de la rutina, de amoríos y de chismes vecinales que pueblan la literatura norteamericana.

Si en su novela Empire Falls (Pulitzer 2002) se trataba de la decadencia de una ciudad industrial de Maine, y si en Puente de los suspiros (2007), a través de un río contaminado por una curtiduría y de un pueblo nombrado Thomaston, se insinuaba el viaje como contraposición a la rutina y se evocaba –una vez más—el viejo tema de la felicidad, en el libro que hoy nos llega se trata de lo mismo y de mucho más.

Sobre mi madre (Alfaguara, 2013) es un modo de retratar esa Deep America de la que hablamos, además de constituir una incursión mucho más personal en el mundo de las relaciones familiares y sobre todo en el de nuestros propios demonios mentales. Poco valdría aquí definir si se trata de una novela o de un libro de memoria; para nada entrar a la caza de lo verosímil o develar alguna que otra trampa de narrador curtido.

Se trata, finalmente, de la historia de Richard Russo al lado de su madre, de esa pareja medio perversa que forma un hijo varón con su madre divorciada a mediados de los cincuenta, primero en Gloversville, un pueblo renombrado en el siglo XIX por su dedicación a la fabricación de guantes, y luego, cuando el narrador se ha hecho adulto y profesor universitario y se ha casado y ha tenido hijas, de la tortuosa relación con ese ser posesivo e inseguro, emocionalmente inestable, imponente y abrasivo.

Una madre de escritor es casi siempre un personaje de novela, sobre todo si al final el hijo descubre que algunos de los tics de aquel trastorno obsesivo-compulsivo son los suyos de hoy y los de una de sus hijas: “Basta con decir que mi madre no fue la única que estuvo atrapada en un peligroso bucle de comportamiento repetitivo”. De ahí que no escatime y le dedique este libro que su progenitora, lectora peculiar, no alcanzó a leer.

Otros títulos podrían abundar en el tema del escritor que homenajea a su madre muerta: Simone de Beauvoir en Una muerte muy dulce, Richard Ford en Mi madre, e incluso Roland Barthes en La cámara lúcida. Pero curiosamente aquí el enlace se produce con Patrimonio. Una historia verdadera, el libro en el que Philip Roth relatara las últimas semanas de su padre, un octogenario agente de seguros retirado, aquejado por un tumor cerebral. Curiosamente, insistimos, en este libro poco comentado de Roth también se difumina el escritor/personaje, se indefine, no sabemos si hay novela o memoria de un dolor. ¿Roth o Zuckerman? ¿Russo o igualmente Russo? A fin de cuentas, la relación de un escritor con sus progenitores tiene mucho de ficción, de batalla de egos, de ataque a una institución, de tragedia griega…

Como en el libro de Roth, hay en Sobre mi madre un momento en el que no sabemos si el autor cuenta o fabula, si se remite a hechos palpablemente acontecidos o si da pie a su más fértil imaginario. Nos figuramos, pues, a esta madre neurótica como a aquella señora Livia que martilleaba a diario encima del complejo Tony Soprano.

Porque sucede que en ese sugestivo sistema de vasos comunicantes entre textos narrativos de una misma tradición, en este libro reaparecen, aunque con otro rostro y nombre, la madre impetuosa y austera, el hijo/narrador que ha ejercido oficios pedestres antes de convertirse en escritor, de El mundo según Garp, de John Irving, así como la indagación sobre la familia, el matrimonio y el desequilibrio emocional propios de textos como El arpa de hierba, de Truman Capote, El lenguaje perdido de las grúas, de David Leavitt o Las correcciones, de Jonathan Franzen; además de esa línea de deconstrucción de la Felicidad –con mayúsculas, pues es tema medular, no cabe duda– que va desde Nathaniel Hawthorne en 1851 (“El mundo debe sus progresos a los hombres que no son felices”) hasta la obra en pleno de Raymond Carver, John Cheever o el mismo Philip Roth.

Con Sobre mi madre, Richard Russo ha acometido la conversión del mal de su progenitora en escritura. Como uno de los tantos en la tradición norteamericana de la novela, Russo ha asumido que de nuestras miserias –o eso que al final del libro llama “lo inefable”– podemos hacer literatura, como el alfarero plebeyo hace obra a partir del fango.

Publicado en El Nuevo Herald, el 2 de marzo de 2014

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