La taxista nos dejó a una cuadra peatonal del hotel que una agencia de viajes on-line había reservado para nosotros.
«La más barata, por favor» —creo que escribí en el último de nuestros tres mensajes.
La nota informativa decía: «En El Corazón De Las Ramblas», así, cada palabra en mayúsculas, y eso nos había llenado de ingenuo regocijo, la primera sensación de todo turista.
(Recordé las caras de los turistas en el Malecón de La Habana y el cuño de dólar estampado en sus frentes.)
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