El extraño caso del ave y la escritura

enalucia

De Proust se conoce aquello de que “una obra en la que hay teoría es como un objeto al que se le deja el precio”… Curioso reproche, pues tras la llegada a Cuba de los primeros tomos de A la recherche… a través del librero francés Georges Morion instalado en La Habana —anota Carpentier—, “se decía (…) que no tenía asunto, que más bien parecía un ensayo” (La Gaceta de Cuba, diciembre de 1989). Trato de imaginar al lector de entonces, perdida la mirada sobre extensiones de escritura y de escritura, como ave errada en la maraña, en el Tiempo que (casi) no transcurre, entre la tanta carencia de esa linealidad a la que está definitivamente acostumbrado.

En estos tiempos en los que el narrador cubano se ha trastocado en corresponsal de guerra o en mago que extrae citas de Borges de un sombrero, un libro como El pájaro: pincel y tinta china, de Ena Lucía Portela, acaba por demostrar que de una historia tan simple (porque literariamente lo es) como la de un pentágono amoroso (Fabián, Camila, Bibiana, Cécile y Emilio U), con el solo artificio del tejedor, se termina escribiendo un buen libro. No niego, pues, que la autora se sume al comentario, en su caso leve, sobre la realidad cubana, ni que abunde –¡bien que lo hace!– en referencias culturales: peculiaridad, para no decir ya vicio, de la narrativa de los noventa. “Yo cito alegremente, sin preocupaciones de ninguna índole”, anota el narrador, con descaro —al descaro, diríamos hoy–, mientras que a otros escritores sí les preocupa, empeñados en dar y en alimentarse con la idea de una narrativa ¡transgresora y erudita! “Uno a veces necesita inmensamente transgredir para no sentirse humo, para otorgarle algún peso a la existencia. Claro, solo se trata de una ilusión…” –aclara ahora el narrador.

Pero aquí, contrastando con lo mucho que hoy se publica, ante el dilema Cultura-Escritura del que tantos autores no pueden librarse, la Escritura (¿la escritora?) termina por imponerse. Ser escritor, definitivamente, es colocar palabra tras palabra, palabra ante y sobre palabra, con la audacia del marino que ejecuta nudos. Son nudos de marinería los que destacan a este libro, máxime si se tiene en cuenta que literalmente (léase anecdóticamente) muy poco ocurre a lo largo de sus doscientas páginas.

Es esta una novela de extensión, de regodeos, inquietante y quizás densa para aquellos lectores que gustan de la pacatería de otros libros que se diluyen –incluso hoy– entre la isla, sus mitos y sus ambientes floridos. Decía densa, pues abunda el lector ávido de peripecias e impotente ante el entarimado –nudos, por qué no enredo– desplegado por esta autora, primero anticipándonos un asesinato, luego recreándose en dibujar ambientes y mundillos personales poco comunes, en escenas que nos retornan a la humorada y al absurdo de un Bulgakov, o en otras que nos recuerdan el Eros agreste de Bilbao, de Bigas Luna o las atmósferas de neón de Tarkovsky. Pero la manida densidad a la que recurriría el también manido lector estaría dada en lo que creo sea uno de los valores de este texto: la capacidad para imbricar lo antes anotado con una abundante carga reflexiva, incluso teórica… “Mi novela será retórica, exuberante, verbosa y palabrera. Sin conciencia alguna de la economía. Pero eso no importa”, anuncia el narrador (devenido personaje) al tartamudo en un momento del séptimo capítulo.

De ahí que asombre el detenimiento (finalmente aquí no hay concisión ni elipsis, sino cortes, giros en el tiempo y alternancia de voces) con el que la autora se recrea en la disertación sobre la Persona, el perseguidor y la ciudad (capítulo VII) o en la disertación sobre El Juguete (capítulo IX). Al caracterizar a Camila, nuevamente el narrador-personaje añade: “no apreciaba para nada las teorías ni las explicaciones quizás enmarañadas y un tanto artificiosas, como esta”.  Súmese además la dosis de descreimiento y el sentido paródico de la realidad y de la historia que se desprende tras la lectura de estas páginas. Poco, o casi nada, es tomado en serio –al no ser la escritura misma, acto de tejer–, y aunque sea más que evidente una carga personal que colinda por momentos con lo autobiográfico, nada más lejos, por el momento, de la posición de un autor egocéntrico, que se cree enormemente incapaz de mirarse a sí mismo y a su escritura desde el prisma de la crítica.

 El pájaro: pincel y tinta china se halla del lado opuesto de una balanza en la que se erigió hace ya un buen tiempo una épica de lo cotidiano curiosamente combinada con una lírica de lo trascendente (Senel Paz, Arturo Arango, entre otros) que, al dejar atrás otra ya trasnochada épica de clandestinos y de rebelión social (Otero, Cofiño…), pretendió postular su apología de la ternura en textos de iniciación a un mundo (y a un hombre) nuevo, en bucólicos ambientes becarios y en historias-del-primer-amor. Del otro lado de la cuerda –repito–, en este texto alineal y maledicente, puede leerse ahora: “Así es el Nuevo Realismo, se aprovecha de nuestras enfermedades más terrestres y las convierte en una especie de mística del desapego”.

La historia del feto malformado de Zaratustra, el hombre de la bata azul, los “cuerpecillos agónicos”: pacientes del Dr. Shilling, “muñecos a los que no había necesidad alguna de tratar como a personas”, la historia sucia de Elsinore, la violencia de Fabián, la muerte de Emilio U…, además de sagaces cotilleos sobre parte de nuestro mundillo literario actual (elemento no necesariamente de envergadura en la totalidad del texto, aunque novedoso en medio de una literatura las más de las veces abundantemente desabrida), no son sino factores de peso que operan la radical oposición entre mística del desapego y apología de la ternura.

Han sido muchos en esta última década los textos que se han sumado al desapego, a la rareza y a la transgresión: ambientes rock, psicofármacos, citas culturales, erotismo… Han sido pocos los que han sobrepasado la frontera que separa la crónica atrevida de la real literatura. Desde mi silla de simple lector, voto por este libro a todas luces bien escrito y por este texto literaria y escrituralmente maledicente.

Publicado en Revista Encuentro de la Cultura Cubana, N. 18, OTOÑO DE 2000

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