Cuerpos (no tan) amordazados

Imagen

Entrevista con Joaquín Badajoz (Foto de Elsa Roberto)

Gerardo Fernández Fe (La Habana, 1971) es parte de una generación semiágrafa y torturada que ha tenido una relación disfuncional con el mundo editorial (dentro y fuera de Cuba); quizás porque les tocó en suerte (o desgracia) nacer en medio de las decapitaciones, y heredar contradicciones, censuras, crisis económicas, hipocresía ideológica, doble moral, exilios, revolución mediática, sanchopancismo institucional, «muerte» de la imprenta, print-on-demand… entre otras pestes simbólicas.

Siempre inquisidor e hiperquinético, Fernández Fe es de los pocos afortunados que exprime bien sus limones, de esos autores que uno respeta por desangrarse hasta la calamidad con tal de regalarnos alguna joya rara una vez a la década. Como sucedió entre La falacia (1999) —una novella, que ya en su momento el lector sagaz y la crítica se encargarán de recuperar y adecuadamente ponderar— y El último día del estornino (2011), una de las novelas cubanas más rotundas de los últimos años.

Por ende, cada título suyo que entra en circulación despierta curiosidad, aunque sea una reedición de Cuerpo a diario, publicado originalmente por Tsé Tsé en 2007 —y muy mal distribuido: otro de los castigos de esta generación—, que ahora relanza Editorial Hypermedia de Madrid. Aquí Fernández Fe recorre y espía —y sospecho que reinventa, como el voyeurconfeso que es—, las historias de autores asediados por situaciones extremas; como un recordatorio de que por muy áspero e inhóspito que sea el entorno el escritor siempre encuentra vías de romper las mordazas, de cometer y dejar registro de alguna «inconfesable» imprudencia.

Cuerpo a diario no es un ensayo tradicional. Progresa como prolongación o mímesis de esos otros «ensayos» que pasan por sus páginas, una suerte de cuaderno de apuntes paralelo, de registro de lecturas, en el que se combina la anécdota sobre el diarista y la reflexión. No hay cronología, pero sí una acumulación fragmentaria que produce la ilusión de estar leyendo otro diario. ¿Por qué elegiste ese estilo?

Lo primero es que jamás he sido teórico de nada, que no me gustan las summas ni los tratados, que prefiero como lector un ensayo lúdico, juguetón, y que inevitablemente estoy marcado por esas lecturas, que van desde Montaigne hasta Brodsky, pasando por cierto Barthes, por Blanchot, por Sebald, por Claudio Magris…

Pero esto no es lo más importante. Mi filiación con la ficción, con la narrativa, aparece y aparecerá, creo yo, en todo lo que escriba. Cuerpo a diario, que fue concebido hace ya unos diez años, está pensado como una trenza de relatos sobre diarios y sobre sus autores. Para otro escritor hubiera sido más práctico presentar un capítulo por cada autor tratado —uno para Sade, otro para Martí, uno para Jünger, por ejemplo—, y ya está; pero a mí me interesaba precisamente el modo en que estos diarios íntimos en situaciones límites —que pueden ser la guerra, la enfermedad o la sobrevivencia bajo un Estado totalitario—, se tocaban, confluían en un idéntico gesto.

Y obviamente, hay aquí un afán de narración, que el ensayo, diríamos, clásico, no te permite.

¿Es la fragmentación, la escritura capsular, el estado natural de reflexionar o pensar nuestra modernidad?

Eso creo. Ya no hay mucho que redondear, y por supuesto, no hay nada que imponer. Los tiempos de las doctrinas y de los libros de texto ya son historia. Vivimos fragmentariamente entre las nuevas tecnologías, nuestra vida de todos los días y la memoria.

Hay quien coloca uno de estos elementos por encima de los otros. Para mí la memoria es esencial, como mismo lo es el relato de ella, ya sea en forma de crónica o novela o incluso de ensayo. A fin de cuentas, qué quedaría de cada uno de nosotros cuando ya no estemos: si acaso un par de fotos, el leve tránsito de un fantasma a través de la memoria de quienes nos trataron y amaron, y felizmente de dos o tres, no más, de quienes nos leyeron.

En tu ensayo, el diario —uno de los géneros literarios, junto a la epístola, más íntimos— es visto como extensión del cuerpo, como su extremidad escrituraria. Después de esta investigación, en que sospecho habrás detectado otros títulos y autores que no están incluidos, ¿se puede concluir que al narrar su vida el diarista construye, aún de manera involuntaria, una topografía de su propio ser?

La culpa de esto la tiene la confesión, uno de los gestos más humanos que podamos concebir; algo que las religiones han explotado sobremanera. Incluso el ser más ermitaño y asocial que puedas conocer tiene necesidad en algún momento de su vida de mirarte a los ojos y confesarte algo muy íntimo. Las situaciones extremas por las que el individuo transita se prestan mucho para esto: de ahí el famoso cliché del anciano que confiesa sus secretos ante tus seres queridos, unos minutos antes de morir.

Bueno…, el diario es la concentración de esta pulsión de relato exclusiva a los humanos. Y a partir de ahí surgen una serie de interrogantes: ¿admite en realidad ese cuaderno todo lo que nos ocurre y se nos ocurre?, ¿a partir de dónde se activa la autocensura? Y luego, ¿somos conscientes del evidente acto de vanidad que implica agarrar una hoja en blanco y narrar lo que hemos hecho, pero sobre todo lo que hemos pensado en el curso del día? ¡Y además!: ¿habría que esperar la llegada de la muerte? ¿Puede considerarse legítimo que un escritor publique en vida ese diario supuestamente íntimo?

Son muchas las preguntas al respecto. Algunas de estas aparecen de cierta manera en este libro, que es una especie de cajón de sastre alrededor de un mismo tema. Las respuestas más profundas, las tesis, se las dejo a los teóricos, que ya los hay.

¿Es el cuerpo protagonista recurrente de un diario o solo en ciertos casos?

Interesante. Para mí sí es vital; de hecho lo busco cada vez que abro las páginas de un nuevo diario. Aunque, según la época y el personaje, por momentos pareciera como si el cuerpo no existiera. Por ello me interesó abordar los diarios de Peppys y del Marqués de Sade. El propio Martí, en ese texto rotundo y polisémico que es su Diario de campaña, no es muy dado a confesiones sobre los padecimientos de su cuerpo, pero sabemos que está ahí: Martí era un gran narcisista, tenía un ego de tres pares… basta ya de ocultamientos.

Claro que no obligatoriamente todos los diarios tienen por qué insistir, como sí es el caso de Wittgenstein, en masturbaciones nocturnas, o como el de Paul Léautaud, en encuentros amatorios furtivos con alguna mujer madura concienzudamente casada.

«De todas las utopías, la del cuerpo es la única a la que no le sobra el pathos.» ¿Por qué lo dices? Según esto, ¿había un ethos, un pathos y un logos del cuerpo?

Enlaza con algo que te sugerí antes: ya no hay relato, y esto no es nuevo. ¿De qué nueva doctrina es la bandera que hay hoy que enarbolar? Nada de esto es nuevo. ¿Qué nos queda, pues? Nuestro cuerpo, y obviamente la memoria.

Esto explica tal vez este boom de literatura medio erótica (Cincuenta sombras de Grey y otros), como mismo justifica la eclosión muy de nuestros tiempos de realities de todos los calibres, de selfies, de redes sociales altamente narcisistas… ¿Conoces algo más perverso y entrometido, tan dado a la confesión, que Facebook, ese diario íntimo y exhibicionista de la posmodernidad?

Y es más: ¿Qué justifica la existencia misma de Kim Kardashian sino su suculento cuerpo? ¿Acaso es ella una virtuosa de la música o la más reciente astronauta recién salida de su cápsula? ¡Esa mujer no es nada!, pero es capaz de generar alrededor de sí todo el pathos que en otros tiempos el teatro griego se empeñó en acaparar.

Sin embargo, veo tu ensayo más cerca de esa «arqueología de la piel» (con sus marcas, sus llagas, su decrepitud) que atiza Severo en El Cristo de la rue Jacob —esa «erótica del casi cadáver», como tú lo llamas—, que del cuerpo como éxtasis o herramienta de seducción. ¿Por qué eliges llegar al cuerpo por la escala del dolor?

¿Será porque me interesa la fotografía como otro modo de confesar, de narrar y de espantarnos ante nuestra irremediable temporalidad? ¿Será porque, por mucho que lo oculte, el diario íntimo es también el recuento de nuestro cuerpo que envejece? No creo haber leído muchos diarios que se detengan en nuestras murumacas amatorias, en nuestra heroicidad… todo lo contrario, la tendencia ha sido más bien a confesarnos a nosotros mismos sobre nuestras arrugas, nuestras enfermedades, nuestra proximidad a la muerte.

En Cuerpo a diario persigues autores tan disímiles como Grunberg o Martí, Walter Benjamin o el Marqués de Sade, y por ende reúnes estilos que van desde el diario íntimo, casi secreto, como el de Wittgenstein —que no están originalmente concebidos para su publicación—, hasta los que podrían considerarse memorias o autobiografías —como Journal d’un coiffeur juif à Paris sous l’Occupation, de Grunberg, más pensado como un manifiesto de denuncia, un grito desde el mismo ojo del holocausto judío—. ¿Qué tienen todos ellos en común?

En el caso puntual de este libro, no así en otros sobre el mismo tema, la idea era bordear ciertos diarios a partir de sus puntos de enlace, que aquí son obviamente la confesión, cualquiera que sea su dosis, pero también el hecho de haber sido escritos con el trasfondo de una guerra o una enfermedad o un régimen político excluyente y opresivo; opresivo sobre todo para la confesión misma.

¿Qué diarios se te quedaron fuera de este ensayo? ¿Cuáles te interesaría revisitar?

Quedaron muchos. Sobre el de André Gide, que es enorme, casi no escribí, pues me concentré en los diarios escritos en situaciones límites. Dejé en La Habana carpetas y carpetas de anotaciones, fotocopias, impresos sobre este mismo tema.

Quedaron también los diarios que no sabemos que existen, los que tal vez aparezcan cuando ciertos autores hayan muerto. ¿Conoces algo más excitante para un husmeador de diarios íntimos? Enterarte de que determinado escritor sufría en secreto de crisis de ansiedad o que este otro, como es el caso de los impactantes diarios de John Cheever, con casi sesenta años tenía amores con un joven de su mismo sexo, mientras en casa cuidaba de su familia, de sus hermosos hijos…

Algún día este tema volverá a salir, ya lo creo.

¿En qué proyecto(s) está trabajando ahora Gerardo Fernández Fe?

Son tiempos ahora mismo de movimientos familiares, de reinstalaciones… Por lo pronto, me motiva reunir en un mismo libro varios de los artículos, crónicas y ensayos escritos en los últimos quince años. Si todo fluye, este libro titulado Notas al Total debería aparecer antes de noviembre con la sobriedad de ediciones Bokeh, donde ya fue reeditada La falacia.

Y para no ser incongruente con lo que intenté transmitir hace diez años en Cuerpo a diario, este nuevo libro de crítica, diríamos, heterodoxa, incluirá, muy al final, un diario íntimo, igual de obsesivo y patético que los libros que hemos mencionado aquí.

Publicado en Diario de Cuba, 14 de junio 2014

1 comentario

Archivado bajo Entrevistas

Una respuesta a “Cuerpos (no tan) amordazados

  1. Pingback: Gerardo Fernández Fe: nombrar y mostrar lo oscuro que nos habita | Gerardo Fernández Fe

Leave a reply

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s