Para Zoe Plasencia.
La brevísima posteridad ha querido llamarla “la Mary Poppins de la fotografía”, pero hasta hace muy poco Vivian Maier era simplemente eso: una anciana solitaria que había dedicado cuarenta visibles años de su vida a cuidar niños. De nada serviría imaginarla a estas alturas con un maletín y un paraguas, como la mismísima nanny inglesa de poderes mágicos, fiel a esa idea sempiterna de personaje de novela victoriana.
Esta señora llegó a convivir, al menos unos años, con el siglo de Facebook y de Google, pero para entonces ya era una anciana retirada que malvivía en un escueto piso gracias al empeño de algunos de esos “niños” de los que se había ocupado décadas atrás. La promiscuidad y la lucha de egos de la era digital nunca entraron en su canon ni en su filosofía. Pasó junto a ellos sin dejar una traza visible, sin algarabía, sin aspavientos, torciendo el cuello para que no se le identificara.