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Severo Sarduy, la luz y el excremento. Una entrevista de Jacques Henric

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En una entrevista publicada en abril de 1970 por la revista francesa Combat sobre el ritual de la escritura, y después de explicar la diferencia entre la energía exterior a recibir por el escritor en el siglo XIX y el teatro material que lo rodea –y motiva– en nuestros tiempos, Severo Sarduy se confiesa: “Mi ritual es bien reducido: música popular brasileña, mucho café, alcohol o alguna golosina, doy vueltas o bailo. A menudo escribo desnudo. El acto de la creación está rodeado por una serie de tics que forman parte también de la escritura. Algunos autores escriben acostados; otros, lo sabemos, bajo el influjo de la droga; otros –y es el caso de uno de mis amigos— dentro del agua caliente de su bañera. Habría que estudiar este fenómeno. Es un ritual de orden erótico y eso es lo que me interesa”.

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Fausto Canel: lo esencial es no ceder al miedo

Durante el rodaje de "Power Game", España, 1981.

Durante el rodaje de «Power Game», España, 1981.

El nombre de Fausto Canel se inscribe tanto en los inicios del cine cubano posterior a 1959, con la creación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), como en la gestación del magazine cultural Lunes de Revolución, dirigido por Guillermo Cabrera Infante, donde fungió como crítico de cine.

Hacedor y testigo de esa primera etapa efervescente (Carnaval, Torrens, Hemigway, El final, Desarraigo…), Canel partió al exilio antes de que la Revolución Cubana llegara a sus diez años de vida. Radicado en París, en Madrid, finalmente en Miami, el realizador produjo Espera (1979), un corto de 11 minutos sobre la inmolación de un matrimonio de perseguidos políticos; Power Game, de 1983, y Campo minado, de 1987, sobre la democratización del cono sur en América Latina.

Con su firma, pueden leerse también los libros Ni tiempo para pedir auxilio, Dire Straits y Sin pedir permiso.

¿Qué queda a estas alturas de aquel joven que fue el primer empleado inscrito del ICAIC?

El recuerdo de una esperanza. De una ilusión. Tenía apenas 19 años cuando en 1959 fui invitado a trabajar en el ICAIC, el recién creado Instituto del Cine, y allí aprendí a hacer cine, haciéndolo. El Curso de Cine de José Manuel Valdés Rodríguez, en la Universidad de La Habana, había sido muy útil por las películas que mostraba, pero fue más bien una introducción a la apreciación cinematográfica. En sus aulas me formé como crítico. En el ICAIC, por el contrario, me dieron los medios para hacer documentales primero y más tarde largometrajes. Entonces no nos dábamos cuenta que nada es gratis. La llamada Revolución Cubana, que todavía mi generación vivía con cierto fervor, nos formaba como cuadros propagandísticos que al principio no vivimos como tal, pues las exigencias en ese sentido eran mínimas. Había entusiasmo. Ya después la cosa se puso fea cuando la “Revolución” dejó de ser revolución y se convirtió en la dictadura personal de un hombre y su camarilla. Llegó un momento en que ya no sólo no podíamos meternos con el mono, sino, ni siquiera, con su cadena. Sigue leyendo

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Un escritor de novelas llamado Roland Barthes

Roland Barthes

Roland Barthes

Para Béryl Caizzi

Debo reconocer que fue pura obra del azar que mi lugar de residencia durante mi primera visita a París fuera el 40, rue des Écoles, justamente a unos pasos del lugar en el que, a finales de febrero de 1980, un camión de lavandería golpeara el cuerpo de Roland Barthes. Exactamente un año después de aquella estancia, de nuevo en París, descubrí que por unos francos (no pocos) podía ser conducido, de la mano de un guía conocedor, entre calles, librerías y cafés frecuentados por el hombre Barthes más de veinte años atrás.

Trazar la topografía física de un escritor admirado, imaginar el momento de su muerte, seguir sus pasos como se siguen y se recrean también sus fotos, es un acto tan lícito como el de hurgar en la topografía de su imaginario, escudriñar en su escritura, en sus cartas, en sus diarios, preguntarse definitivamente como minucioso hagiógrafo por qué éste y no otro libro: seguir el hilo de una maraña de grafía, acontecimientos y obsesiones.

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